Gaur, berriro, 2021eko Prudentzio Deuanaren eguna triste agertu zaigu. Pasa den urtean suertatu zitzaigun bezala Arabako patroiaren festa era intimoan ospatzen ari gara. Bai, faltan botatzen dut Bereziak koadilako lagunekin afaltzea eta gero Gasteizko
kaleetan zehar egiten dugun tamborrada; faltan botatzen dut familiarekin Armentiaraino igotzea eta hortik buelta bat ematea; faltan botatzen dut lagunekin aritzea...hainbat gauza faltan botatzen dut! Ea hurrengo urtean lortzen dugun! Gaur eguna ospatu dugu San Prudentzio Kofradiako lagunekin eta Basilika aldizkarian zerbait idaztearekin.De nuevo este 2021, tiempo de pandemia, no he podido celebrar San Prudencio, patrón de las tierras de Álava como habitualmente hago. Sin la cena y tamborrada con los blusas y neskas de mi cuadrilla Bereziak; sin subir con la familia a Armentia; sin charlar con los amigos... a ver si el año que viene podemos conseguirlo. En esta edición este día tan especial tan sólo lo he celebrado con los esupendos anfitriones de la Cofradía de San Prudencio, asistiendo a la misa en el templo de Armentia y tambien escribiendo en la revista Basílica. Por cierto un artículo de candente actualidad (quien me lo iba a decir hace tan sólo un mes) que les dejo aquí a todos ustedes.
San Prudencio, ángel de la paz
Nuestro patrón de Álava,
San Prudencio, abandonó muy joven su casa, se dice que, con apenas quince años,
para vivir en el retiro y la oración junto al ermitaño Saturio, quien sería
posteriormente conocido como San Saturio. Quizás pudo ser en ese bello lugar de
Soria, elevado sobre las orillas del río Duero, en el que el joven Prudencio
comenzara a templar su carácter. Al
salir de su vida de eremita fue cuando inició su periodo de predicación a los
“paganos” de Calahorra, siendo en esos momentos en los que se va forjando poco
a poco su fama de misionero, todo ello gracias al gran número de conversiones
que consigue y también a las supuestas curaciones milagrosas que corren como la
pólvora por los pueblos y ciudades de los alrededores aumentando su leyenda.
Fue con posterioridad
cuando recaló en Tarazona, lugar en el que llegó a arcediano, primero, para más
tarde ser nombrado obispo de la diócesis. Hasta allí llegaron noticias de un
conflicto en Burgo de Osma. Al parecer, las diferencias surgidas entre el clero
y la autoridad habían generado graves tensiones y llegado a límites intolerables,
y hasta allí se dirigió el obispo Prudencio, quien con grandes dotes de
mediador consiguió la reconciliación de las partes enfrentadas. Es a raíz de
este hecho cuando se confirma entre sus feligreses como “ángel de la paz”. Esta
fama de pacificador se extenderá con rapidez y se convertirá en un elemento
clave para su veneración después de muerto.

Observando el crispado
panorama político español, uno no puede sino entristecerse y preguntarse si
acaso sería necesaria la intervención de alguien con el empuje del joven obispo
Prudencio para arreglar el desaguisado, en forma de polarización y sectarismo,
en el que está envuelta la vida política nacional. Y aquí no se libran ni unos
ni otros (y no piensen ustedes que nado en la equidistancia), pues son realmente
muy pocos los ejemplos en los que la clase política es capaz de olvidar las
diferencias para acercarse, no ya al próximo ideológico (cuestión ésta que poco
mérito tiene), sino al oponente para reconocer en él una opción igual de
legítima, con las que se ha de convivir
desde el respeto e, incluso, la cooperación en aras de algo fundamental, como
es el bien común y el beneficio de todos los ciudadanos y ciudadanas.
En este momento, y desde
hace casi un año, la prioridad debiera ser la lucha contra la pandemia de la
Covid 19, que está haciéndonos tanto daño anímico y social; la mejora económica y de
empleo; la distribución de la riqueza y la justicia social y, cómo no, la
reparación del vínculo roto entre ciudadanía y representantes políticos. No se
puede decir que nada se haya hecho, pero realmente poco ha sido lo conseguido a
causa de los obstáculos que esa lucha política fratricida, diaria y por lo
tanto agotadora, ha impuesto, impone y, me temo, seguirá imponiendo a corto y
medio plazo, a la gestión de la cosa pública.
Como decía Eduardo Galeano, vivimos
tiempos de “Cultura del Envase”, un periodo histórico marcado por la inmediatez
efímera de un “tuit”, en el que “El contrato de matrimonio importa más que el
amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que
Dios”. Así ocurre también en la política patria, se habla tanto del envase (el
procés, las elecciones, el pueblo, la democracia, la república, el referéndum,
el fascismo, el antifascismo...) que nos hemos olvidado de que lo importante es
el contenido (la cohesión, la fraternidad, la libertad, el respeto, la
convivencia, la hermandad entre los ciudadanos). El desprecio por la verdad, la
crisis profunda de las instituciones (monarquía, iglesia, escuela, justicia,
familia...), el populismo instalado en muchos de los discursos ofrecidos por
nuestros líderes, la aparición de un partido con un programa ultra, el odio
generado entre sectores de la izquierda y de la derecha española...todo ello ha
generado en el país, además de una significativa desafección hacia la política,
una atmósfera que empieza a resultar irrespirable. Se diría que un ambiente
dominado por un odio dicotómico, cainita, en blanco o negro, sin matices:
izquierda o derecha, fachas o rojos, progresistas o conservadores, centralistas
o independentistas, patriotas o traidores, machistas o feministas, pijos o
progres, de una bandera o de otra… se ha asentado entre nosotros. Y no son
pocos los analistas que advierten de los peligros de una sociedad que ha caído,
como nunca desde la transición, en un lenguaje guerracivilista que pensábamos
estaba ya superado, y del que hay numerosos culpables entre políticos,
tertulianos y pirómanos anónimos de las redes sociales.
El tema
es muy complejo, dejemos de lado los análisis simplistas, pero si es cierto que
la decisión de insultar al diferente es una determinación personal, individual
e intransferible, no es menos cierto que esa violencia verbal se va forjando
poco a poco y para ello son necesarias ciertas estructuras de adoctrinamiento,
que hoy en día encuentran terreno abonado, al tiempo que se camuflan, en “las
redes”. Ha sido necesario un ambiente, un caldo de cultivo, un proceso de enculturación
que han hecho posible su crecimiento en un ambiente sectario que, previo proceso
de deshumanización de los “otros”, ha logrado que los discrepantes sean vistos
como elementos a expulsar del grupo. Señalaba Eric Hoffer algo terrible, que “el
odio es el principal agente unificador de los movimientos de masas, el más
accesible y el de mayor alcance”. Esta subversión ética, profundamente sectaria,
permite y justifica todo tipo de exabruptos lanzados contra el categorizado
como “enemigo”, una violencia que es, sobre todo, una gran máquina de producción
de violencia simbólica.
En este panorama de ausencia de paz
política y social, será muy difícil aunar esfuerzos (cuestión ésta que era ya
de obligado cumplimiento al día siguiente mismo de organizarse el estado de
alarma, allí por marzo de 2020) y afrontar un horizonte de bien común. Llevamos
casi un año de retraso, y a día de hoy no puedo sino manifestar mi pesimismo al
respecto.

En
la Misa Pontifical de San Prudencio, del 28 de abril de 2018 el Obispo D. Juan
Carlos Elizalde se dirigió a la sociedad alavesa recordando que “el papa
Francisco, en su exhortación Gaudete et
Exsultate, nos
explicaba que santo es una palabra que Dios pronuncia sobre la
humanidad. Que, en nuestro caso, en San Prudencio, se representaba como
pacificación, como reconciliación, como Ángel de la Paz. Y, finalizaba haciendo
una pregunta a los asistentes: ¿Qué palabra eres tú? En estas fiestas de San
Prudencio ¿qué palabra quiere Dios pronunciar a través de ti? En este momento
crucial para la paz y para la reconciliación social ¿cuál es tu aportación?”
Decía
Gandhi, que quien no esté en paz consigo mismo estará en guerra con el mundo.
Ahí está, realmente la clave, en todos y cada uno de nosotros. San Prudencio no
puede hacerse presente, como en la Burgo de Osma medieval, y recomponer las
fracturas que nos atenazan como sociedad, pero, tras la potente simbología de
San Prudencio, todos nosotros podemos actuar como Ángeles de la paz. En nuestra
familia, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad de vecinos y, también en
política, claro que sí, todos y todas, creyentes y no, podemos ser ese modelo
pacificador que Prudencio nos mostró.
Jesús Prieto Mendaza