Vlado Gotovac (escritor yugoslavo...es decir con sentimientos identitarios múltiples)


"NUNCA HE COMPRENDIDO A QUIENES DESEARÍAN QUE EL ARCO IRIS FUERA DE UN SÓLO COLOR. ÚNICAMENTE SU VARIADA GAMA CROMÁTICA LO HACE HERMOSO. ASÍ, TAN SÓLO DIVERSAS ETNIAS Y GRUPOS HUMANOS PUEDEN ENCERRAR TODA LA BELLEZA DEL MUNDO".
Vlado Gotovac. Escritor yugoslavo (...portador de identidades múltiples, no excluyentes, radicalmente opuesto a la limpieza étnica que configuró los actuales estados mono-étnicos en los Balcanes)

sábado, 25 de febrero de 2023

Ipuintxo bat. El artista de la pista. Cuento

 


El graffiti es un concepto de arte urbano, libre y con un cierto halo de clandestinidad o nocturnidad. No es único,  realmente con el conviven otros muchos fenómenos artísticos en nuestras ciudades. Murales en fachadas, pintadas reivindicativas, auténticas obras de arte en puertas de garajes o atractivos frescos en lo que antes eran sucias paredes. Si duda una forma de hacer arte, casi siempre protagonizada por jóvenes con una nueva visión de la expresión plástica. Desde el proyecto "12 NUBES", impulsado por el grupo de Educadores de Calle, Kale Hezitzaileak, de la Asociación IRSE en Vitoria-Gasteiz, pude conocer todo un proyecto de formación alrededor de este arte que no me he cansado de alabar. 

Bien, esto es un hecho, pero también lo es, a pesar de que resulta polémico y está sujeto a debate en nuestra ciudad y en todas, que esta forma de manifestación artística convive con graffitis y pintadas que pueden ser más que cuestionables por dos cuestiones, fundamentalmente, que deseo plantear: La primera se refiere a su fealdad intrínseca o a su evidente zafiedad, desprovista de cualquier valor creativo, plástico o artístico. La segunda tiene que ver con el soporte elegido para realizar las pintadas, paredes de comercios, edificios privados, portales o, en muchos casos, monumentos pertenecientes al patrimonio cultural de la ciudad.  


Y es aquí dónde nos asalta la pregunta. ¿Tiene derecho cualquiera a manchar o modificar una pared, fachada o valla comercial en la que sus propietarios han invertido para su mantenimiento? ¿El supuesto artista urbano, o simplemente el gamberro de toda la vida ¿tiene derecho por encima de un profesional al actuar y modificar la obra realizada por un albañil o un pintor? 

Traigo esto hasta vosotros/as y lo hago con un breve cuento, "El artista de la pista", que espero pueda, además de ser de vuestro agrado, plantearos un dilema sobre el que reflexionar.

 


El artista de la pista

 Después de los fríos pasados, que por algo nos conocen como Siberia-Gasteiz, los últimos días de febrero habían propiciado unas temperaturas templadas. Quizás por ello los trabajos de rehabilitación del parque y pista de Skate de San Martín se habían retomado y finalizado en pocas jornadas. El entorno lucía precioso, limpio y renovado. Aquella noche, Borja, Inazio, Amaia y el resto de la cuadrilla habían decidido practicar un poco con sus skateboards en aquel emplazamiento. Así que, después de consumir unas pizzas en un establecimiento cercano, se desplazaron a ese, para ellos, lugar en el que disfrutar de su afición por cabalgar el monopatín por la sinuosa pista y saltar demostrando su dominio de aquella especie de mini tabla de surf urbana. El juego, mezcla de deporte y exhibición, presentaba para Borja, también, una disimulada oportunidad de lucirse ante Amaia y despertar en ella algo más que reconocimiento deportivo, cuestión esta que comenzaba a interesar a nuestro joven estudiante.

–Amaia, fíjate que salto voy a dar. Eh, estoy “engorilado” ¿Qué te ha parecido?

–Bueno “bro”, no está mal, pero no creo que por eso vayas a ser un “pro” de este negocio. Ja, ja, ja… –contestó, poco interesada, su compañera de instituto.

–Atento todo el mundo –anunció Inazio –por allí se acercan Antton y Aritz, quizás ellos sí que nos enseñen algo. La semana pasada, al salir del instituto, los vi hacer unas cosas acojonantes en el “spot” ese que está cerca de Judimendi.

Mientras se hacían unas “planchas” o patinaban a dos “trucks” por el borde de la “bañera”, intentando algún “fifty-fifty” o saltando en plan “boneless”, no repararon en que sus dos conocidos, aquellos que fueran avistados por Inazio, se habían quedado alejados de ellos, en la zona más oscura del parque y sacaban de sus mochilas varios objetos que desde allí no podían divisar. Curiosos, decidieron, dejar sus monopatines y, cogiendo las “birras”, se acercaron hasta los recién llegados.

–¡Hola pareja! Pero ¿Qué hacéis? ¿A dónde vais con tantos espray de pintura? ¿Vais a tunear los skates?

–Para nada, tenemos también otra faceta artística, somos unos grafiteros en construcción –comentó, con sorna, Aritz –en un futuro no muy lejano vamos a dejar a Banks a la altura del barro con nuestro arte.

La ocurrencia del joven bachiller fue reída por todos, momento en el que el otro acompañante, de nombre Antton, se colocó la visera hacia atrás y, después de ponerse unos guantes viejos, que a juzgar por sus manchas habían participado ya en numerosos lances pictóricos, acometió con un espray de rojo bermellón una de las impolutas paredes de la pista recién renovada. Los chorros iniciales, se mezclaron con negro, azul y salpicaduras verdes. Los trazos oscuros fueron rellenándose, tras cada acometida de nuestros artistas urbanos, con tonos ocres y rojizos. Más de media hora estuvieron nuestros dos posmodernos aprendices de Van Gogh (trocados los pinceles por otros metálicos, cilíndricos y rellenos de un gas, mezcla de propano y butano, conocido por GLP) coloreando la obra de quienes, meses antes, se habían dedicado a limpiar y pintar aquellas paredes. Cansados, abrieron unas cervezas y se quedaron mirando su obra. Sus caras no denotaban demasiada satisfacción.

–Creo que todavía os queda mucho que aprender y practicar para pareceros a Banks. Quizás debierais plantearos pasar una temporada en Bristol o Londres y empaparos de su obra ¿no? –comentó, sonriente, pero caustica, Amaia.

–Bueno…no nos ha quedado muy bien, pero por lo menos hemos practicado un poco. Es un grafiti de más de ocho metros de largo, algo ya hemos mejorado esa pared tan estúpida y reluciente. Ya hemos jodido un poco ese espíritu por renovar y limpiar todo ¡a tomar por el culo! –afirmo Antton, dando el último trago a su cerveza y arrojando la lata al jardín, justo al lado de unos madroños que conservaban todavía alguno de sus frutos rojos – una pared limpia es una manifestación más del neocapitalismo facha que nos tiene jodidos. ¡A pintar, cojones!

Amaia y su cuadrilla, un tanto impresionados todos por la valiente sinceridad de su amiga, optaron por seguir con sus cabriolas por la pista, observando de vez en cuando, y por el rabillo del ojo, como los emuladores del grafitero británico se afanaban en otra parte de la pared y después en otra, aumentando los metros de recorrido de su particular Capilla Sixtina.

Serían ya las dos de la madrugada, cuando decidieron que ya era suficiente, recogieron sus monopatines, dieron un par de patadas a varias latas, para acercarlas un tanto al diámetro de una decepcionada papelera, e iniciaron el camino de regreso a sus respectivas casas.

–Sinceramente, creo que eso más que arte es pringar una pared, yo he participado con varios grafiteros en el Proyecto “12 nubes” y eran muy buenos, eso sí se elegían paredes con permiso de los dueños. No se, tengo mis dudas…pero…quizás tengan razón esos dos, siempre es mejor una pared con pintadas que limpia. Dicen que la obsesión por la limpieza es conservadora y carca. Bueno, o algo así he leído en algún Twit ¡Pared muda buena dictadura! –gritó Borja.

Todos rieron, la última mirada fue para comprobar que Aritz y Antton recogían ya sus botes de pintura. El frio comenzaba a ser intenso. Se calaron bien sus viseras y subieron sus cuellos de las “txamarras”. Volvieron a casa. -

 Pasó la semana, sin pena ni gloria, para nuestros jóvenes. Asignaturas, evaluaciones, alguna anécdota, más de un improperio sobre este o aquel profesor o profesora y también algún “chorreo” de los padres por un suspenso inesperado. Precisamente sobre ello hablaba Borja, mientras se dirigían de nuevo a la pista de San Martín -los exámenes son otra forma de control del sistema sobre nosotros. –Cuando yo haga la revolución lo primero que haré será suprimir todas las evaluaciones­. Todos rieron, Así llegaron, descabalgaron de sus skateboards y dejaron las mochilas con las cervezas y los bocadillos, que habían adquirido en un Kebab próximo, colgadas de las ramas de un carbol, pues el suelo estaba mojado. Estaban tan centrados en responder a las ocurrencias de su amigo que no repararon en que en el parque se había producido ciertas novedades.

–¡Ostias! ­–gritó Inazio –fijaros, han pintado otra vez las paredes. De los grafitis de Aritz y Antton no queda ni rastro. ¡A la mierda su obra de arte!

–Bueno, sí, es una putada, pero…yo, que queréis que os diga. A mí me pareció que era de todo menos una obra de arte. Unas letras, gordas, que no sé qué quieren decir y unos trazos que quieren emular a un comic, pero…que se quedan muy lejos de ello –terció Amaia.

–Deberíamos llamarles para que vean lo que ha ocurrido –dijo alguien.

–No va a hacer falta, mirad por allí vienen los dos –sentenció Borja.

Efectivamente, las figuras de Aritz y Antton, se dejaban ver en la oscuridad, alumbradas tan sólo por la luz mortecina de una de las farolas del parque. Cuando llegaron, su sorpresa inicial se tornó enfado, explicitado en forma de juramentos e insultos –¡cabrones, hijos de puta, se podían pintar la punta del nabo, me cagó en el ayuntamiento y toda su brigada de siervos y pringaos, asesinos del arte urbano, genocidas de la expresión popular…–que se prolongaron durante unos minutos, adornados con patadas a las papeleras y rompiendo un pequeño arbolito, seguramente plantado durante las obras de remodelación de aquel espacio.

–Entiendo que es una gran faena –afirmó Amaia –pero también te digo que no apruebo que lo pagues con las papeleras y jodiendo un árbol. ¿acaso el arbolito era un cabrón neocapitalista?

–Venga, venga –terció Inazio –dejaros de reproches. La pregunta es ¿qué vais a hacer ahora?

–Pues está muy claro. Volver a hacer los mismos grafitis, o parecidos, que hicimos el “finde” pasado. Hemos traído pintura suficiente para pintar medio Vitoria –dijo Antton –¡manos a la obra!

Aritz, que asintió sin dudarlo, sacó los botes de aerosol, los guantes y el resto del material y los dispuso para su utilización. Más de cuatro horas emplearon nuestros pintores, cientos de trazos, decenas de botes, miles de partículas de pintura fueron expulsadas por la boca de los espráis empleados. De hecho, desde que Amaia y sus amigos abandonaran el skatepark, sobre medianoche, no sin antes despedirse con cierta retranca–se nota que estáis enfadados, os está quedando mucho peor que el otro día y estáis pringando todo el suelo. El arte y la mala ostia no casan bien – los artistas todavía permanecieron pintando hasta que dieron las tres de la mañana en el reloj del seminario.  Unas enormes letras, llenas de colorido, junto a tres figuras monstruosas y un gigantesco alegato final: ¡no podréis con los artistas!

Febrero dio paso a marzo, las clases en el instituto, la monotonía de actividades, estudios y familia pasaron lentas y, por fin, el viernes por la tarde el “finde” llegó de nuevo. El sábado por la tarde habían quedado de nuevo para pegarse unos “dronpins” o “ollies “. Pero, aunque nadie decía nada, en su fuero interno había una curiosidad ajena al skateboarding, y ésta era saber cómo habían quedado los grafitis de Antton y Aritz.

Cuando llegaron al parque, algo más tarde de lo habitual pues en el kebab se habían retrasado con la cena, los juramentos de nuestros grafiteros se oían desde la Avenida. Al acercarse pudieron ver, no sin asombro, que las paredes de la pista de Skate lucían su pintura original, reluciente e impoluta. Ni rastro de los grafitis que, por segunda vez, nuestra pareja de aprendices de Banks realizó el pasado fin de semana. –Hola –dijeron tan sólo, de forma lacónica, mientras los insultos, que se acrecentaron al ver pasar las luces azules de un coche de policía municipal, seguían envolviendo el solitario ambiente del parque.

–¡Hijos de puta! ¡si os pillo os mato! –lanzó su grito al viento Aritz.

–¡Cabrones! ¿a quién puede ofender una pintada en una pared? Sólo a un facha o a un hijo de la gran puta. Vamos a pillar a los hijos de puta que hacen esto, vamos a pillarles y les vamos a romper todos los huesos –añadió Antton.

Mientras lanzaban sus improperios, sacaron de nuevo botes, aerosoles, mascarillas y guantes, sin duda dispuestos, una vez más, a repintar con su precaria y más que discutible técnica las paredes de la pista. Eso que ellos consideraban arte.

–De verdad que sentimos, y creo hablar por todos, lo que os está pasando. Por cierto, un amigo que vive ahí enfrente me ha dicho que no ha visto ningún trabajador municipal en toda la semana. Eso significa que se hace de noche. ¿Qué vais a hacer ahora vosotros dos? –preguntó Inazio – Si queréis nuestra ayuda no dudéis en pedirla. ¿vale?

–¡Joder! Entonces eso significa que se hace de noche. Esos cabrones aprovechan la oscuridad para hacernos la putada. Lo primero, lo primero va a ser pintar de nuevo esta noche. Hoy hemos traído poca pintura, así que lo que vamos a pintar, básicamente, es un alegato contra la “hijoputez” de esta sociedad, la misma que no permite nuestra libertad de expresión artística. Vamos a llamarles lo que son, unos malnacidos hijos de perra –adelantó Aritz.

–Muy bien dicho, colega –corroboró Antton – hoy a pintar, pero esta semana vamos a tender una trampa a los desgraciados que nos están haciendo esto. Y no podemos venir los dos solos, tenemos que venir más. Es necesario trazar un plan y también venir con algún tipo de arma para dar su merecido a esos hijos de puta. ¿Nos ayudaréis?

Aunque Borja, Amaia y el resto no querían meterse en líos, el alegato que hizo Inazio contra aquel acto de represalia del capitalismo neoliberal hacia unos indefensos artistas callejeros hicieron que, al final, dijeran: –vale, os ayudaremos.

Aquella tarde nadie practicó con sus monopatines. Se sentaron bajo el gran árbol, el mismo que mostraba aún alguna rama partida fruto de la furia y la frustración del “finde” anterior, y mientras daban buena cuenta de los bocadillos y cervezas se dejaron envolver por los planes de Aritz y Antton. Se hablo de quedar el lunes, para ello debían planificar un supuesto trabajo del instituto en casa de uno de ellos. Si ese día no pillaban a los que limpiaban y pintaban su obra, repetirían el martes, el miércoles y así sucesivamente. También se mencionó que debían acudir con capuchas y “buff” para taparse la cara, un hermano mayor que había sido muy activo en los tiempos de la “kale borroka” así lo aconsejaba. No se olvidaron de las armas, desestimada la idea de llevar navajas o barras, se decantaron por llevar unos bates de beisbol, o en su defecto unas buenas trancas de madera. Incluso se designó un encargado de grabar toda la acción con la cámara del móvil, acción que adjudicaron a Amaia.

El plan estaba trazado. Ahora se dedicaron a ayudar en las labores de pintado de las paredes. Simples escrituras mal trazadas, esta vez con más prisa y mayor desidia, aunque con notable dosis de mala leche. Allí quedaron frases tan poco memorables como: paredes mudas, buena dictadura; mute walls, dictatorship; currantes hijos de puta; ¡alcalde genocida de la libertad! o gora grafiti borroka!

El comentario que hizo Amaia antes de iniciar el camino hacia casa fue muy significativo –si esto es arte yo soy Miss Universo, tengo un mal presagio, todo esto me huela mal –Ni siquiera Inazio contestó con una de sus frases anticapitalistas. Callaron y quedaron para el lunes. Sin más.

El domingo pasó de forma un tanto anodina, nadie quedó para salir, eso sí recluidos en casa los mensajes de WhatsApp hicieron arder los teléfonos móviles del grupo. El lunes, con su rutina de clases, también pasó extrañamente lento. Y llegó la noche. Habían quedado a las once de la noche en el piso vacío de los padres de un integrante de la cuadrilla, la excusa de realizar un trabajo del instituto parecía haber funcionado. Aritz y Antton llegaron tarde y con un grupo de unos cuatro amigos más. En una de las bolsas de deporte se adivinaban los bates de beisbol. Desde allí, evitando las calles concurridas y dando una vuelta casi paralela al trazado del ferrocarril, el mismo que las autoridades dicen van a soterrar desde hace dos décadas, llegaron al parque.

Hacía frio. Salvo por una señora que, con su perro, lo abandonaba ya, no se veía un alma en el entorno. A una orden, casi militar de Aritz, se cubrieron los rostros con las capuchas y bufandas. Cada cual sabía qué hacer y que utensilio coger, fuera un bate de beisbol o el móvil con el que grabar. –Aquí nos pueden ver. Vamos a distribuirnos y escondernos entre los arbustos y debajo de aquellas dos sequoias ¿De acuerdo? Y todos atentos al WhatsApp y a mis mensajes –finalizó muy serio.

Eran más de la una de la mañana, no llovía, pero el frio comenzaba a entumecer los músculos de nuestros emboscados amigos. Fue entonces cuando una figura se internó en el parque. Llevaba algo bajo el brazo y también en la otra mano unos botes grandes, muy grandes. En ese momento los móviles, silenciados, vibraron y se iluminaron. Era un mensaje de Aritz, escueto: Parece que sólo es uno. Va a estar chupado. No moverse. Atentos.

Aquella figura, difícil de apreciar en las sombras, desplegó lo que parecía un rollo de cartón y lo dispuso en el suelo, junto a las paredes llenas de grafitis. Después, con cierta lentitud, como si no fuera demasiado ágil, abrió lo que ahora sí se veía que era un bote de pintura plástica, removió durante unos minutos e impregnando un rodillo, comenzó su labor de repintado sobre aquellas letras que habían sido escupidas más que grabadas, tan sólo un par de días antes. Ahora sí que el mensaje de WhatsApp era claro: En cuanto veáis que salimos Antton y yo. ¡Todos a por ese hijo de puta!

La figura, en la que ahora se distinguía un sobrero de tela como el que utilizan pintores o albañiles y se adivinaba también un buzo de trabajo, seguía avanzando con su labor de pintado, se diría que lo hacía a buen ritmo, incluso tocaba la pared con cierto cariño, como si ese trabajo no le fuera ajeno y mucho menos le desagradara. Movía el cartón del suelo y avanzaba unos metros, para impregnar el rodillo y seguir pintando. El WhatsApp se iluminó y vibró de nuevo: ¡Ahora todos!

Los primeros en salir fueron Aritz y Antton, seguidos por los hercúleos amigos fichados para la ocasión. Nuestro grupo de patinadores salió en segunda posición, según la estrategia planeada. Se oyó un grito lastimero, seguido de unos insultos. Para cuando Inazio, Borja, Amaia y el resto llegaron la captura del saboteador parecía finalizada. Encendieron las linternas de sus teléfonos móviles y Amaia comenzó a grabar. El espectáculo era poco gratificante. El hombre, en el suelo, desprovisto del sombrero de trabajo, en el que se adivinaba el logo de una empresa de construcción, sangraba de la cabeza y el buzo de trabajo, con las misma publicidad que el gorro, estaba también ensangrentado. Aritz, Antton y su guardia pretoriana sujetaban cada uno de un brazo a aquel sujeto, el pelo casi blanco denotaba una edad avanzada, que resultaba un ser absolutamente desvalido ante el empuje de la juventud, y de los bates de beisbol, de aquellos jóvenes justicieros.

–¡Mirad el hijo de puta! Ahora no dices nada ¿eh cabrón? –le lanzó despectivo Aritz al mismo tiempo que una patada se estrellaba contra su ya ensangrentada cara.

–Para Aritz. Vamos a llevarlo debajo del árbol, allí estaremos menos expuestos a las miradas, puede que algún vecino de las casas cercanas vea algo y avise a los “munipas” –dijo Antton, al que se veía un tanto preocupado por el aspecto de aquel hombre.

            Llevaron, casi arrastras, a aquel hombre bajo una de las sequoias, al sentarse apoyado en el tronco del árbol hizo un gesto de dolor. Se tocó la espalda y se agarró una de las muñecas. Los golpes debieron ser fuertes y quien manejara los bates de beisbol parece que lo hizo con saña. Fue Amaia, quien dejó de grabar, la que se agachó hacia él y le dio un pañuelo con el que tapar la brecha que era observable en su frente. La mirada del herido denotó agradecimiento.

–¿Y ahora qué dices, hijoputa? ¿Quién eres? ¿Quién te ha enviado? ¿El ayuntamiento, el alcalde? ¿Cómo te atreves a destrozar nuestro magnífico arte urbano y antisistema, cabrón? –Aritz, visiblemente encendido, le lanzó todas las preguntas a un tiempo junto con otra patada. La mano de Antton le contuvo.

–Chicos, nosotros os hemos ayudado, pero si seguimos golpeando a este hombre yo me voy. Una cosa es una cosa y otra es esto. Os lo digo en serio, y quizás mis amigos también –dijo Borja, que ya había advertido en los ojos de su grupo, esas miradas que se dejaban ver entre la capucha y el “buff”, una evidente mezcla de desaprobación.

–Iros si queréis. ¡Me la suda! Pero yo ahora mismo voy a hacer cantar a este cabrón jodegraffitis –anunció Aritz con los puños levantados y amenazantes. ¿Quién eres? ¡Habla desgraciado, habla!

            El hombre, que había dejado de sangrar gracias al pañuelo entregado por la chica, miró al grupo de jóvenes. En su mirada se adivinaba una mezcla de estupor y miedo, aun así, con una voz entrecortada comenzó a hablar.

–Mi nombre no os importa. Toda mi vida me han llamado “Tabique”, esa es mi identidad. Tengo sesenta y cinco años. Nací en un pueblo perdido, en los confines de Álava y Burgos. Mi padre fue asesinado por un grupo de alzados en septiembre de 1936, su único delito ser de ideas republicanas. Era albañil y trabajaba por los pueblos de alrededor, con su jornal nos mantenía, pues casi no teníamos tierras. Mi madre tuvo que sacar adelante a la familia sola, con mucho esfuerzo y deslomándose en la huerta. Así que cuando tuve veinte años, después de librarme de la mili, me vine a Vitoria y me puse a trabajar de albañil. El oficio siempre me gustó, pero, además, de una u otra forma me parecía que haciendo bien mi trabajo estaba ofreciendo un homenaje a la memoria de mi padre, a aquel albañil del que guardo un recuerdo borroso de niño –el relato se detuvo cuando una lágrima cayó por su mejilla, él se la limpió con el mismo pañuelo manchado en sangre de su cabeza.

Para ese momento el silencio era sepulcral. Nadie habló, ni siquiera Aritz, cuyos puños volvieron a convertirse en simples manos y había abandonado su actitud amenazante. Todos escuchaban en silencio a aquel pobre hombre que, desde luego, no parecía un modelo de neoliberalismo explotador –termina –dijo escueto Antton.

–Como os decía, soy un humilde trabajador, pero siempre he intentado que mi trabajo fuera bueno, muy bueno. Ese era mi particular homenaje. Cuando alicataba un baño, si encofraba unos cimientos, construyendo una pared de piedra, al manejar la paleta o la llana… el pulir el cemento con un trapo mojado eran para mi acariciar a mi padre. Culminar una obra bien hecha era algo que siempre he buscado. Los últimos treinta años los he trabajado en la misma empresa –Dijo esto señalando el logo, con manchas sanguinolentas, que lucía en su buzo de trabajo –y precisamente hace unos meses, esta obra, esta remodelación del parque, fue mi último trabajo. Estaba realmente orgulloso de él. Al día siguiente de finalizarlo me jubilé.

–Eso no justifica que sabotees nuestro arte ¿No? –Dijo Aritz, esta vez sin insultos ni amenazas.

–Decís que lo vuestro es expresión plástica, que es arte…pero ¿acaso yo no tengo derecho a defender mi trabajo? ¿Lo que yo hago no es también arte? Todo el empeño, todo el mimo, toda la pasión que yo he puesto a lo largo de mi vida por culminar una obra lo más perfecta posible es para mí una mezcla de oficio y de expresión artística. He puesto pasión, siempre he puesto mi corazón en lo que hacía. A los pocos días de jubilarme, vine a dar un paseo para observar el parque recién terminado. Pensaba encontrarlo como yo lo dejé…y sin embargo encontré el fruto de mi esfuerzo de meses tapado, ocultado, violado, agredido por unas líneas mal trazadas y unos colores arrojados sin emoción ni cariño alguno…mi trabajo, mi último trabajo.

Nadie interrumpió el discurso del hombre, a pesar de sus gestos de dolor cuando se tocaba la muñeca, parecía estar mucho más sereno y prosiguió hablando –El trabajo de semanas destrozado en una noche, sin atisbo de compasión alguna. Un artista de verdad jamás destrozaría la obra de otro. ¡Jamás lo haría! Vosotros lo hacéis, por lo tanto, no sois unos verdaderos artistas. Si vuestra obra es guiada por el odio en vez de por el amor, estáis perdidos, como creadores y como personas. Si el rencor o la venganza os dominan no seréis tan diferentes de aquellos que mataron a mi padre, no haréis el bien, tan sólo generaréis dolor…y eso nunca será una obra de arte. Os llamáis artistas, pero no respetáis el arte de los demás, no respetáis los sentimientos de los demás, no respetáis la obra de vuestros semejantes. ¿Acaso habéis pensado en mi trabajo? No, claro. Eso es obra de un miserable albañil, un “currela”, ni tan fino ni tan sensible como vosotros, niños bien, nacidos de buena cuna, aunque os permitáis ir dando lecciones de revolución, de arte popular y de cómo dar unas buenas ostias con un garrote. Eso lo podéis hacer porque tenéis las espaldas bien cubiertas por papá y mamá. ¡Anda ya! ¡Idos a la mierda, ostias!

Nadie le va a atizar con un bate ni le va a dar más patadas –alzó la voz una emocionada Amaia, con un discurso tan firme como amable –lo que no se es por qué nos dejamos seducir por las fantasías de estos dos chapuceros del grafiti ¿Cómo pudimos caer en esto? –hubo un momento de silencio, ni siquiera roto por los aludidos –usted no puede trabajar ahora, esa muñeca sin duda estará rota y quizás sus costillas, su espalda, esa brecha de la frente…si le parece llamaremos a un taxi y que le lleve a urgencias, el Hospital de Txagorritxu está muy cerca. Mientras tanto yo y mis amigos tomaremos su material y, con cuidado de poner los cartones y no manchar el suelo, pintaremos toda la pared, y lo haremos con sumo cuidado y respeto, el que un gran creador, usted, merece. Trabajaremos las horas que haga falta, y su obra de arte quedará de nuevo terminada. Cuando finalicemos dejaremos los rodillos en ese bote con agua, los rollos de cartón recogidos y los botes de pintura convenientemente tapados debajo de aquellos arbustos. Allí nadie los verá. Nosotros lo haremos, el resto pueden irse ya.

Borja, Inazio y los demás asintieron. No dijeron ni una palabra, el silencio se había hecho dueño y señor de aquella situación, visiblemente avergonzados hicieron con sus cabezas un gesto inequívoco que quería decir que sí.

–Esperad –era Aritz el que hablaba ahora, mirando al albañil, incorporado ya con la ayuda de dos muchachos –creo que hoy hemos recibido una gran lección, yo el primero, nosotros también nos quedamos. Deseamos ayudar a completar la obra, así lo haremos más rápido. El joven grafitero no pidió perdón, pero todos parecieron haber entendido precisamente eso. Antton y los “gorilas” asintieron también.

–De acuerdo –dijo Borja, fijando sus ojos en los de Amaia. Se repartieron los rodillos y los botes. Trabajaron en silencio, una ausencia de conversación o risa absolutamente inhabitual en sus reuniones o salidas.

Las paredes del parque quedaron extraordinariamente bien rematadas y terminadas, el suelo sin una manca de pintura. Se podría decir que había sido un trabajo de expertos profesionales. Recogieron todo, lo ocultaron bajo los arbustos y, sin siquiera despedirse, se fueron, cada uno por su lado, a su casa.

En una esquina, casi imperceptible, la reluciente valla de cemento del skatepark presentaba una firma, húmeda aún: “by Tabique”.

En el reloj del cercano Seminario dieron las tres de la madrugada. A esa misma hora, cerca, en un box de urgencias del hospital, daban unos puntos de sutura en la cabeza y escayolaban la muñeca de un albañil. Fuera, en la calle, varios jóvenes, entre ellos una chica, esperaban. Preguntados por el guarda de seguridad, le dijeron que querían esperar y acompañar a su maestro, un verdadero artista.

 Jesús Prieto Mendaza

2 comentarios:

  1. Jesús me ha encantado tu articulo.

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  2. Muchas gracias. No se quien eres, pero si te ha agradado ya me doy por satisfecho. ¡Un saludo!!!

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