2017ko urriaren 26 eta 27an Fernando Buesa Fundazioak eta EHUko Valentin de Foronda Unibertsitate Institutoak antolatu duten XV. Mintegian parte hartu nuen ponentzia batekin. Normala denez, horretarako dira horrelako mintegiak, eztabaida sortu zen eta EHUko Ander Gurrutxagarekin desadostasunak ere bistan geratu ziren. Ponentzia publikatuko da liburu batean, hala eta guztiz ere laburpen txiki bat aurreratzen dizuet. Zoritxarrez, gure mahaian egon behar den Joseba Urrusolo Sistiaga (Vía Nanclares izenekoari buruz hitz egiteko) ez zen agertu. Azken unetan erabaki zuen parte ez hartzea. Suposatu beharko dugu atzetik eta oraindik presio handiak izaten direla horrelako "disidentzia"ren aurrean.
Los días 26 y 27 de octubre he tenido el placer de participar en el XV Seminario que bajo el título "Pensamiento sectario, radicalización y violencia" han llevado a cabo la Fundación Fernando Buesa y el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda (UPV). Bajo el título "Erótica de la violencia y juventud vasca. Del mito al adoctrinamiento". Como es habitual en estos seminarios se planteó un debate interesante, ya desde el comienzo el catedrático de la UPV, Ander Gurrutxaga planteo elementos de discrepancia y algunas preguntas del público presente animaron también el mismo. La única mancha de las jornadas la representó la ausencia de Joseba Urrusolo Sistiaga, que excuso su presencia a última hiora. He de suponer que, a pesar de los "nuevos tiempos", la disidencia ha de afrontar todavía presiones de ciertos entornos. Fue una pena no escuchar, de manos de quien fue un victimario relevante, sus palabras encaminadas a deslegitimar el discurso de la violencia y a reivindicar lo que supuso la llamada Vía Nanclares. Mi ponencia será publicada en un libro del que os daré referencias, aun así os adelanto un breve abstract de la misma.
ERÓTICA DE
LA VIOLENCIA Y JUVENTUD VASCA. DEL MITO AL
ADOCTRINAMIENTO
No
se puede entender lo que ha ocurrido en nuestra tierra vasca durante décadas
sin aludir a una lógica fanatizada, esa misma que se alimenta de odio.
Ciertamente los asesinatos, la extorsión, el amedrantamiento han sido
ejecutados o ejercidos por personas, con nombres y apellidos, y en este sentido
han sido decisiones individuales las causantes del mal. No se pueden eludir
responsabilidades adjudicándolas a otros, no, quien apretó el gatillo decidió
hacerlo y es este un hecho irrefutable, pero no lo es menos que un discurso
social envenenado por el odio fue penetrando de forma sibilina en la mente de
quienes, muchos de ellos jóvenes, serían a posteriori los asesinos. Gaizka
Fernández Soldevilla explica ambas variables de forma meridianamente clara en
su obra “La voluntad del gudari”
Hemos
de dejar clara la falsedad, en términos individuales, de esa supuesta
“transferencia de la culpabilidad” de la que
nos hablaba Girard, pero no por ello hemos de obviar ciertas tergiversaciones
colectivas. Detrás de los asesinos existió un entramado, perfectamente
organizado, que fomento el odio y arrojó a un sector de la población contra el
otro. Existieron personas, activistas de diversas organizaciones políticas y sociales,
que sin exponerse directamente, empujaron a numerosos jóvenes al asesinato, la
muerte o la cárcel. Es en definitiva la teoría de Amin Maalouf cuando se
pregunta “…se insta a las personas a elegir un bando u otro, se las conmina a
reintegrarse a las filas de la tribu. ¿Quién les conmina? Así es como se
fabrica a los autores de las matanzas”.
Esos “proxenetas de la violencia” han existido, no son un personaje
ficticio, como don Serapio el cura de la novela “Patria”. Ha existido por lo
tanto un discurso, un pensamiento, sin duda sectario, que en base a sus propios
mitos, ritos y liturgias, ha sustentado
y alimentado el ejercicio violento por parte del nacionalismo extremista,
transversalizado por el marxismo y las teorías
descolonizadoras de finales de los años sesenta del pasado siglo, todo
ello envuelto en el papel de celofán de una narrativa romántica, una auténtica
“erótica de la violencia” adscrita a una supuesta lucha liberadora que describe
con sin igual certeza el antropólogo Joseba Zulaika. “Se desarrollará una
visión homérica del hombre y la sociedad en la que el combate se considera
condición fundamental de la vida”. De esta forma, y gracias a ciertos balones
de oxígeno que sirven en bandeja, tanto la dictadura franquista como
determinadas actuaciones policiales en los primeros años de la transición
democrática, se crea un discurso
mitificado de la lucha vasca contra la opresión. Éste discurso será el caldo de cultivo, una especie de
humus fértil, que hará posible la
creación, la divulgación y el ejercicio práctico de las teorías más violentas
de nuestro nacionalismo vasco.
Cuando
nos hemos referido a los mitos que han sustentado durante tantas décadas el
terror, y en especial los que calaron y todavía calan en sectores significativos
de nuestra juventud (por supuesto también en otras franjas de edad, resultaría
a todas luces injusto generalizar), yo me atrevería a distinguir
fundamentalmente tres: El mito de la independencia del pueblo vasco, el mito de
la descolonización y el mito es el del conflicto.
Estos
tres mitos sustentaron una convicción que se sintetizó en una expresión que se
hizo hecho terriblemente famosa en estas tierras: Morir por Euskal Herria,
matar por España. Mitos que justificaron un discurso que generó casi mil
víctimas mortales y que arrojó a la frialdad de una celda a cientos de jóvenes
vascos. Se trata en definitiva de discursos del odio, de balas invisibles que
activan otras más letales, las nueve milímetros parabellum. Auténticos mitos
justificadores, auténticos “mitos que matan” con el empuje y la complicidad de
quienes vivieron, disfrazando sus acciones de políticas, comodamente sentados
en el sillón de sus casa o en el de un confortable despacho.
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