Soy de los
que piensan que tener muchos amigos es el mejor activo que podemos obtener en
esta vida y si esto es así, a pesar de no ser demostrable de forma científica,
me considero un hombre afortunado. Bien.
De todo ese enorme caudal de hombres y mujeres que me han demostrado su afecto,
cariño y cercanía; de todas esas personas que, además claro está de mi propia familia, me han aconsejado,
formado y educado; con sus consejos y su ejemplo de vida...yo destacaría una,
sin dudarlo ni un solo instante, esa persona es José Ángel Cuerda Montoya.
Hace muchos
años que le conocí, pues mi labor docente
dependía del consistorio vitoriano. Un hombre que a pesar de ser el
alcalde de 200.000 ciudadanos, de ser el jefe directo de miles de empleados y
de gestionar enormes recursos, era capaz de pararse en la calle y preguntarte
por tu reciente paternidad o por la última enfermedad sufrida. Alguien con
tareas de alta responsabilidad, pero que nos trató con suma dignidad y cercanía, que nos hizo sentir
algo más que un mero número perdido entre los cientos de trabajadores de la administración.
Alejado de lo protocolario y de la burocratización de la cosa pública, su
despacho estuvo abierto a cualquier hora; su
escaso tiempo libre se dedicaba a
acudir a una concentración, a una conferencia o a darnos consejo, siempre de
forma desinteresada. Jamás faltó, soy testigo de ello, al Día por la Paz o a distintos
actos en ningún colegio, nunca dejó de acudir para celebrar el Olentzero o San
Prudencio con los ancianos de una residencia o con un grupo de discapacitados.
Estuvo, siempre que era requerido, compartiendo una obra de teatro con los
reclusos del penal de Nanclares de Oca,
de una asociación gitana o junto a los refugiados bosnios o...la lista sería,
creedme, interminable. Siempre fue un político que supo ser crítico consigo
mismo y con su partido, cuestión ésta poco habitual entre nuestra clase
política, y quizás por este motivo me han sorprendido las cargas de profundidad que se están lanzando
contra él y contra su proyecto “Bizitza Berria”, críticas que se me antojan
injustas tanto para su trayectoria como para una empresa que hace de la acogida
y la integración social su bandera.
No es algo nuevo, en nuestra tradición alavesa
el trabajo de “vereda,” auzolan en las zonas euskaldunes, se basa en esta ayuda
comunitaria entre vecinos. Cuando en un pueblo fallecía el padre de familia,
todos los vecinos ayudaban con la pareja de bueyes, con las azadas, con sus
manos, con su generosidad a que aquella familia pudiera obtener la cosecha,
ordeñar las vacas, segar la mies, trillar en la era y almacenar el trigo. Era,
y es en definitiva, una hermosa forma de ejercitar nuestra solidaridad para con
aquel de nuestros vecinos que está sufriendo. Bien. No renunciemos a ello.
Sería penoso que nuestra corporación municipal actual no pudiera romper con las
inercias de enfrentamiento y oposición negativa que han sido la tónica,
lamentablemente, durante los últimos años (y debo recordarles que de esta
dinámica perversa no se libra ninguna de nuestras fuerzas políticas), y que
esta cortedad de miras con respecto a la acción de gobernar se arrojara sobre
un proyecto humanitario.
Llamo desde estas líneas a la cordura, al
sosiego y a la altura de miras (sí, incluso para quienes se han sentido
agraviados) para remar en la misma dirección, que no debe ser otra que el bien
común de todos los ciudadanos y ciudadanas de Vitoria, ¡de todos y todas!, también
de aquellos que se nos desangran, parafraseando a Eduardo Galeano, a través de
las venas abiertas de nuestra hermosa ciudad.
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