Como decía Aristóteles "In medio virtus". Ahí me quiero situar yo ante la polémica desatada estos días en mi tierra. San Prudencio y la Virgen de Estibaliz,
este año, ha debido conciliar posturas encontradas
en la fiesta de todos los alaveses y alavesas. Las declaraciones del Diputado
General sobre la supuesta inferioridad de nuestra provincia han generado todo
tipo de declaraciones y la polémica, lejos de haberse aplacado, está servida. Si
bien ciertas metáforas no puedo considerarlas afortunadas (“morralla”), no es
menos cierto que entre nuestros conciudadanos existe cierto malestar,
arrastrado desde hace años, con respecto al tratamiento que Álava ha tenido en
su encaje en la Comunidad Autónoma del País Vasco y con respecto a los
movimientos uniformadores que el nacionalismo vasco, tanto en su versión
jeltzale como abertzale, ha fomentado en las últimas décadas de cara a
configurar una identidad vasca tipo. Nuestro nacionalismo se muestra
beligerante, habitualmente, con respecto
al centralismo del estado del que se pretende desligar, mientras que en su
pretendida configuración estatal manifiesta tendencias fuertemente
centralizadoras en su visión cultural o
idiomática, pues son precisamente los dos ejes fundamentales de la
construcción identitaria. Se puede
discrepar con lo apuntado por Javier de Andrés, pero sería una torpeza política
de gran calado considerar que en nuestra provincia no existe un “humus fértil”
en el que la semilla de cierto “nacionalismo alavés” pudiera germinar, pues el
discurso del agravio y del enemigo exterior tiene un fácil arraigo.
Nuestro territorio se define,
fundamentalmente, por un hecho objetivo. Somos tierra de paso y de mezcla desde
tiempos inmemoriales. Además de la presencia celtíbera en nuestro territorio, desde
el Siglo I a. c. el avance de la
romanización se data en estas tierras norteñas de la Hispania romana. Numerosos asentamientos, del que destaco por su especial conservación el de Iruña-
Veleia, nos retrotraen a aquellos años y dan fe del nivel civilizatorio que
introdujo la Roma Hispana. Dato este que es definitorio para la pervivencia del euskera en la zona norte y para
el proceso de latinización, primero, y de paso al uso del romance en la zona
centro y sur de la provincia., hecho éste que hizo que nuestro español, o
castellano, fuera reconocido como uno de los más limpios de toda España. En este
viaje a través de nuestra historia, no debemos olvidar otros contactos y otros
préstamos culturales. Este es el caso de la influencia judía. Los sefardíes se
datan en Vitoria desde 1250 hasta 1492. La calle de la judería, la Aljama de la ciudad, se correspondería con la actual
calle Nueva Dentro. Pero, no piensen
ustedes que nuestra mezcla de sangres finaliza aquí, pues hay en nuestro genoma
cultural contactos con colonos venidos del reino Astur-Leonés y de contingentes
moriscos que se asentaron en nuestra parte de la llamada Sonsierra Navarra. Por
lo tanto austrigones, berones, várdulos, caristios y
demás vascones meridionales fueron mezclándose a través de los siglos con
gentes venidas de Cartago, de Fenicia, con iberos, celtas, romanos, judíos y
árabes o con poblaciones visigodas del reino Astur-Leonés. Pero no finaliza aquí nuestra mezcla pues la
situación privilegiada de nuestras tierras en la ruta hacia Francia, harán que
seamos visitados a través de los siglos por gitanos, francos y germanos, sin
olvidar las milicias napoleónicas. Bastaría con recordar aquella copla que se
hizo popular en 1.810 y que así rezaba: “La marquesa de Montehermoso tiene un
tintero, donde moja su pluma José primero”. Reitero que el mestizaje es elemento
definitorio de nuestro ser, la consideración de territorio mestizo, abierto, lugar
de paso, de mezcla, de encuentro, lugar plural en definitiva en el que se entrecruzan,
con total normalidad, el sentimiento vasco con la vecindad riojana o burgalesa.
Álava, en su
geografía, presenta paisajes oceánicos, continentales y mediterráneos. Nuestros
son los hayedos, la oveja latxa, los montes, como el Gorbea, y los verdes
prados del norte. También las tierras suaves de la Llanada, la remolacha y la patata. Alavesas son nuestras tierras
meridionales, la sal, nuestros campos de cereal y rebaños de oveja merina. Como
no, las tierras de Rioja Alavesa, la vid, el olivo, el lagar y el trujal con el
que obtener el oro líquido. Nuestros son el euskera y el castellano, Raimundo
Olabide y Félix María de Samaniego, el txistu y la dulzaina, el bertso y la
jota, la abarca y la alpargata. Así pues, somos los alaveses, crisol y mezcla
de etnias, religiones, y culturas. Ése
ha sido nuestro origen, él es hecho
definitorio de nuestra plural identidad y de la convivencia ejemplar de nuestra
sociedad. Este equilibrio cultural, este crisol enriquecedor, permanece hoy en
día a pesar de los intentos esencialistas de los sectores más ortodoxos, tanto
del nacionalismo español como del vasco.
Si la pluralidad es
nuestro tesoro… ¿Por qué, en vez de cuidarlo, hemos de renunciar a él? ¿Por qué
se nos ha de forzar a elegir un idioma u otro? ¿Por qué hemos de ser instados a
optar por una única identidad? ¿Por qué hemos de mutilarnos?
Decía Amin Maalouf “…cuando
me preguntan qué me siento más francés o más libanés, mi respuesta es siempre
la misma. ¡Las dos cosas! Y no lo digo por ser equilibrado o equitativo, sino
porque mentiría si dijera otra cosa. Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es
ese estar en las lindes de dos países, de dos
idiomas, de dos religiones, de dos tradiciones culturales. Eso
justamente es lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo
que soy?”
Soy alavés, mestizo, sin
complejos y…¡estoy orgulloso de ello!
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