Lo escribí en una ocasión y lo repito aquí, recuperando las palabras de Juan Aranzadi: Nacer español en este siglo, como toda desgracia, puede ser metafísicamente fecundo, sentirse vasco, como toda tragedia, ayuda a vislumbrar los huecos de la telaraña social. Del asombro provocado por el doloroso cruce de esa tragedia y esa desgracia han nacido las presentes reflexiones.
Cuando se ha cumplido el 150 aniversario del nacimiento de don Miguel de Unamuno, uno no puede sino releer su obra y conmoverse con sus pensamientos en aquellos últimos días, antes de su muerte, de diciembre de 1936. Es realmente trágico observar que lo que Unamuno sentía entonces se adapta, como anillo al dedo, a la actual situación de este país llamado, por ahora, España. Quien fuera uno de los intelectuales vascos más representativo de aquella generación pasó su vida transitando, y acumulando heridas en ese viaje, de decepción en decepción. Asqueado del nacionalismo vasco, al que veía racista, integrista católico, reduccionista y profundamente antirevolucionario, se acercó al socialismo en la Agrupación Socialista de Bilbao (1894). Salió escaldado también del mismo y anunció el peligro totalitario que la deriva comunista estaba concibiendo. Abrazó la causa de la República, siendo un activo defensor de la misma, apoyándola como Rector de la Universidad de salamanca y como concejal en dicha ciudad. No obstante, su idea de justicia y su profunda convicción humanista no podía aguantar los asesinatos y atrocidades que elementos libertarios, comunistas y algunas facciones socialistas cometieron en pueblos e instituciones religiosas. Fue una de las primeras voces en alzarse y denunciar, de nuevo profundamente decepcionado, esos déficits democráticos que estaban conduciendo al gobierno de Azaña al desastre. Ante el cáos, y para el sin más visión que el abismo, apoyó el Alzamiento. Poco tiempo tardó en darse cuenta de su error. Los asesinatos de cientos de sus amigos, el horror de las detenciones y ejecuciones sumarias cometidas por falangistas y requetés le llevaron a denunciar el régimen fascista que, de forma premonitoria, veía gestarse en España. Asqueado de todo, después de haber pedido sin éxito clemencia para varios encarcelados en la ciudad, el 12 de octubre de 1936, ante la esposa de Franco, Carmen Polo, y del general Millan Astray pronunció su famoso discurso. "Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis..." Murió encerrado, en arresto domiciliario, por los franquistas; rumiando su pena al ver una España que se desangraba por el odio y la fragmentación en "identidades asesinas", murió pensando que su país no tenía remedio. Murió...¡de tristeza!
Antonio Machado dijo de el: "Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? Eso no lo he creído nunca y no lo creeré jamás".
Y en estas estoy. Yo, que me siento vitoriano, alavés, vasco, español y europeo. Y miro a mi alrededor, defraudado por sirios y troyanos, escandalizado por corruptelas y políticos inmorales, descorazonado por ver más público en Salvame de Lux que en una conferencia sobre la literatura de Unamuno, roto en mi propia identidad por lo que ocurre en Cataluña y se pretende que ocurra aquí en Euskadi, temeroso de que no exista un futuro para mis hijos... Sufrimos una crisis económica sin precedentes y nos desangramos en debates secesionistas, ofreciendo una versión de este país a las inversiones extranjeras que les obliga a invertir en Senegal, Marruecos, Indonesia, Ecuador o India, en cualquier lugar menos en una jaula de grillos, inhóspita, insolidaria, desmembrada y cainita llamada España.
¡¿Y todavía les extraña a ustedes que Unamuno muriera de pena?!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario