Plazer eta ohore hutsa, urte berri batean (eta badira batzuk), EHUko Gasteizko EUEskolak antolatzen dituen XXXII. Jardunaldi zientifikoaetan hasierako ponentzia ematea.
Un placer y un honor participar de nuevo en las Jornadas Científicas organizadas desde la Escuela Universitaria de enfermería de Vitoria- Gasteiz. Ya son muchos años desde que inicié mi colaboración como profesor visitante en esta facultad, anexa al vitoriano hospital de Txagorritxu. Desde entonces, y de la mano de las profesoras Elena Lorenzo y A. Yarritu, ha sido una inmensa satisfacción haber compartido clases y espacio estos años con un gran equipo humano. Encarni Betolaza, Juani Argomaniz, Mila Fernández Córdoba, Marian Fdz. de Arangiz, Marian Pliego, Joseba Zarandona y un largo etcétera forman parte importante de mi vida docente y finalmente, esas promociones de enfermeras y enfermeros, grandes profesionales de la sanidad y la humanidad, que han demostrado de sobra su vocación poniendo en peligro sus vidas y las de sus familias durante esta terrible pandemia que estamos, todavía hoy (no lo olvidemos) sufriendo. Por ello, repito, será ilusionante ofrecer la ponencia inaugural de estas XXXII Jornadas Científicas, el día 12 de mayo, bajo el título: "Entre el
respeto a la diferencia y el combate contra la desigualdad, también en el
ámbito sanitario". Conferencia en la que hablé, desde la perspectiva de la "Ética de la diferencia" de mi maestro y compañero Xabier Etxeberria Mauleon (Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto) del peligro de no distinguir entre respeto a la diferencia y fomento de la desigualdad social. Esta cuestión ya fue subrayada por la consejera Gotzone Sagardui y por la directora de la escuela, Encarni Betolaza, en los momentos de la inauguración de la jornada.
La dura realidad vivida en nuestros centros sanitarios a causa de la epidemia global del Coronavirus ha exigido a enfermeras y enfermeros enfrentarse a situaciones de una dureza extrema, y en ellas poco espacio, ni tiempo, queda para exigir un plus de humanidad a unos sanitarios ya de por sí extenuados y sin fuerzas. Aun así, y me consta, estas mujeres y hombres, como las promociones salidas de la Escuela de Enfermería de Vitoria-Gasteiz, lo han dado todo a unos pacientes atemorizados, en soledad o en los momentos de la despedida y es que han sabido adaptarse a una situación ciertamente excepcional y en ella a las diferentes realidades de los pacientes, sin generar diferenciaciones entre ellos. Amigos/as, profesionales de la enfermería, respetemos la diferencia y observemos en ella un bien preciado, pero evitemos utilizar ciertas prácticas, seamos activos contra ellas, si resultan generadoras de desigualdad.
PONENCIA:
Nuestras actuales sociedades europeas se nos muestran cada vez más diversas. Decía Hanna Arendt que la diversidad es la ley de la tierra, y si ciertamente nuestras sociedades eran ya plurales desde tiempos inmemoriales, no es menos cierto que los movimientos transnacionales producidos con la llegada del nuevo siglo hacen que nuestras sociedades hayan experimentado una creciente diversidad cultural. Pero equivocaríamos nuestro enfoque si pensáramos que tan sólo la diversidad cultural es la que nos define como sociedad. Realmente la diversidad abarca todos los ámbitos de la vida social: el biológico, el sexual, el religioso, el ideológico, el de género, el económico, el educativo y, como no, también el ámbito de la salud.
Xabier Etxeberria Mauleón en su libro Ética de la diferencia (2000: p. 11, Bilbao, Univ. de Deusto) nos recuerda que “…el tema de la diferencia es hoy omnipresente. Es cierto que se constata, a escala mundial, una progresiva homogeneización de las sociedades, impulsada por la ciencia y la tecnificación, la economía de mercado, los hábitos de consumo, la burocracia, los medios de comunicación, la movilidad geográfica y, a nivel ético- jurídico, por la referencia a los derechos humanos. Pero no es menos cierto que, en tensión conflictiva con esta tendencia, y junto a la denuncia de lo que tiene de generadora de opresión y desigualdades, se afianza la tendencia contraria: nacionalismos, afirmación de identidades específicas, vuelta a las raíces, feminismo de la diferencia, etc.…con lo que, si las diferencias entre sociedades han podido disminuir, la presencia de grupos con identidades específicas en el interior de las sociedades y los estados, aunque con contornos más difusos y móviles parece aumentar. Decíamos que tal choque de tendencias es fuente de conflictos, que se expresan de diversos modos en la dinámica social. Aquí nos va a interesar en especial la vertiente ética de esta conflictividad, que podría concretarse en el reto de tratar de impulsar aquella diferencia que no es desigualdad y aquella universalidad que es liberadora y que no es destrucción de la particularidad”.
Pero, hemos de tener mucho cuidado con no confundir diversidad con desigualdad. En muchas ocasiones, cierta obsesión mórbida por marcar la diferencia no consigue sino ocultar un resultado negativo como es el de contribuir a agrandar, aún más, las desigualdades entre ciudadanos, a marcar auténticas “trincheras de ciudadanía”. Debiéramos acordar por lo tanto esa “ética de mínimos” que reivindica Etxeberria (2000: p. 75), “unos mínimos universalizables, que, en condición de tales, todos los seres humanos debiéramos aceptar… esos mínimos indican así el mínimo moral común que se propone para la humanidad, que no es fruto de consensos superficiales o autoritarios sino de expresión de la maduración ética de la misma”.
La modernidad tradicional, basada en la desigualdad, el universalismo occidental y la democracia capitalista no ha conseguido sociedades en las que la equidad sea la norma. Muchas veces ese falso deseo de diversidad, bajo el disfraz del respeto a la diferencia, encierra una apuesta por la desigualdad y la misma puede aparecer bajo muchas formas:
• Desigualdad social. Se produce cuando una persona recibe un trato diferente como consecuencia de su posición social, su status o su posición ideológica, entre otros aspectos.
• Desigualdad de género. La desigualdad de género se produce cuando una persona no tiene acceso a las mismas oportunidades que una persona de otro sexo. Por ejemplo, desequilibrio profesional, brecha salarial, promoción laboral, etc…
• Desigualdad sexual. Cuando un ciudadano o ciudadana es tratado de forma diferente debido a su opción sexual.
• Desigualdad racial, étnica o cultural. Cuando una persona recibe distinto trato en función del origen o cultura de la que proviene.
• Desigualdad económica. La desigualdad económica se refiere a la distribución de la riqueza entre las personas. Las diferencias de ingresos entre las personas más ricas y las más pobres supone un problema de acceso a bienes y servicios para las personas con menos recursos.
• Desigualdad educativa. La desigualdad educativa está en la base de la desigualdad social y económica, puesto que supone que las personas no tengan las mismas oportunidades para acceder a una formación.
• Desigualdad legal. Se produce cuando las leyes o el funcionamiento de los tribunales favorecen a unos individuos frente a otros. Por ejemplo, se puede dar el caso de que los requisitos legales de acceso a la sanidad no sean los mismos para los nacionales de un país, para minorías o para las personas migrantes y/o refugiadas.
• Desigualdad estructural. Cuando una persona recibe distinto trato en función de su edad, discapacidad, poder adquisitivo, situación de exclusión, etc…
Nos quedamos aquí, pero es seguro que a esta lista podríamos añadir otros muchos matices que aparecen dibujados en nuestras desigualdades sociales. Y, como afirmaba Pierre Bourdieu, de forma paralela también aparecen nuestros comportamientos con respecto al diferente, como ciudadanos y como profesionales de la sanidad, muchas veces producidos en función de su rol o estatus. “…actitud diferente en función de la posición que ocupe en el seno de cada campo, con respecto al compañero de clase, al vecino, al comerciante, etc.…” (Bourdieu, P. La distinción, 1998: cap. 2).
Es desde la perspectiva comunicativa crítica (J. Habermas), en términos de ciudadanía, basada en la igualdad en las diferencias, los territorios compartidos y la radicalización de la democracia, desde donde hoy en día se escuchan las voces más lúcidas que pueden cambiar esas tendencias a favor de una igualdad más real.
El ámbito de la sanidad no puede ser ajeno, como no lo son el resto, a estas tensiones entre la reivindicación de igualdad y la realidad de desigualdad, más aún en estos momentos de profunda crisis sanitaria y económica. Entender que nuestros pacientes, su enfermedad y también su proceso de sanación, se ven transversalizados por su situación laboral, migratoria, familiar, de género, por una discapacidad o por desencuentros culturales ha de ser una competencia fundamental de cara al desarrollo profesional de enfermeras y enfermeros.
En estos tiempos de pandemia, las diferencias se han acrecentado, sin ninguna duda, generando sociedades más ricas y otras mucho más pobres que hace dos años. Y como siempre ocurre, los más perjudicados por ese desigual reparto de las bondades de la vida son los sectores más vulnerables de esta sociedad de las nuevas tecnologías y de la economía sin sentimientos, aquellos a los que Bauman (2005: p. 28, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Barcelona, Paidós) denominó “los náufragos abandonados en el vacío social”. Lo que está ocurriendo con el desigual reparto de las dosis, de las distintas vacunas, contra la Covid 19 entre países ricos y países más necesitados es una evidencia global de ello. La pandemia que azota a países como la India, nos está confrontando con una realidad que no pensábamos, tan sólo hace año y medio, que podría afectarnos a nosotros tan directamente: la superación de la enfermedad y la recuperación de una vida normalizada no es sólo cuestión de que nos vacunemos en Europa, sino que depende de que se vacune todo el planeta. La transnacionalidad también afecta a la igualdad, a la equidad, en el plano internacional, es decir en términos macro, eso que llamamos lo global.
Aun así, y volviendo nuestra mirada a lo micro, a lo local, creo personalmente que es en el ámbito sanitario, y en concreto en el público, en el que se han hecho los esfuerzos mayores por conseguir esa equidad entre ciudadanos. Quizás más por el esfuerzo extraordinario de sus profesionales que por el de las distintas administraciones, pero se ha hecho y, por imperativos obvios se sigue haciendo desde hace más de un año. Ahora bien, es también en este ámbito en el que se han planteado ciertas preguntas de forma más cruda, pues es la vida la que ha estado en juego. Preguntas que nos interpelan sobre nuestro papel como enfermeras/os en tanto y cuanto somos también agentes favorecedores de equidad. ¿Cómo abordar el tratamiento a un paciente que no entiende nuestro idioma o nuestros parámetros culturales? ¿Cómo acercarnos a un paciente con una discapacidad intelectual? ¿Cómo aplicar la vacuna contra el Covid 19 a una persona que es claramente negacionista? ¿Cómo gestionar la libertad individual de un paciente con el bien común de toda una comunidad?
De nuevo Xabier Etxeberria (Ciclo Formativo Respuestas frente al Covid 19/ https://www.plenainclusion.org/ 29-01-2021) , interpelado sobre cómo resolver un posible conflicto en el que exista diferencia de opinión sobre la vacunación entre una persona con discapacidad intelectual o del desarrollo y su familia o representante legal, nos responde : “Primero hay que preguntarse si la persona con discapacidad tiene la capacidad suficiente, con los apoyos y acompañamientos que se precisen, para tomar su propia decisión (tras la información y la deliberación pertinentes), teniendo presente no solo la dimensión personal de la vacuna, sino su dimensión social. En el caso de que la tenga, es su decisión la que cuenta, no la de su familiar o representante legal, aunque es bueno que esté abierta a dialogar con ellos. Es deber de todos (familia, profesionales, responsables públicos) reconocérselo empáticamente, como expresión concreta de su derecho a la autonomía, algo en lo que se está fallando. Cuando es ella la que decide, se hace responsable de las consecuencias de su decisión, responsable, por tanto, de que no implique daño, riesgo de contagio en lo que de ella dependa. Es algo que, como a todos, se le puede y debe reclamar para que tenga las conductas correspondientes, especialmente cuando decide no vacunarse. En el caso de que ni siquiera con apoyos tenga capacidad para tomar esta decisión, toca en principio a su representante tomarla por ella. Pero esto no quiere decir que puede tomar sin más la decisión que a él le parece oportuna. Si la responsabilidad del profesional se acrecentaba en relación con la del ciudadano, la del representante se acrecienta aún más, es la más alta: decidir por otro en su lugar es algo muy delicado. Por eso moral y legalmente se imponen límites a esta competencia: no puede decidir lo que quebrante el consenso social dominante sobre lo que los derechos humanos y la dignidad reclaman como amparo de aquel por quien se decide. En este tema: si el representante, desde sus concepciones de la vida o por otras razones, pretende que no se le vacune, hay que retirarle el poder de decisión y vacunarle. Como el tema es delicado, se impone que sea un juez, desde su imparcialidad y su función de tutela de los derechos fundamentales, el que discierna la situación”.
El respeto a la diferencia, la aceptación de la diversidad social nunca podrá ser tal si no lo es desde la aceptación también de la “interdependencia de los individuos”. Mi derecho a la diferencia, por lo tanto, ha de ser confrontado con los derechos de los demás y evaluado desde los criterios de “bien común” e “igualdad de oportunidades”. Si no se aborda así, el respeto a la diferencia se convierte en mantenimiento de la desigualdad, resultando una trampa, quizás propia del pensamiento relativista, pero nunca de una visión democrática de la sanidad.
En nuestro quehacer profesional habremos de procurar respetar las diferencias existentes entre nuestros pacientes, pero siempre evitando acrecentar la desigualdad entre ellos, pues la equidad, también en el sector sanitario es un requisito indispensable para hablar de calidad asistencial y de respuesta ética. Y es ahí, desde la interacción con los pacientes y familias, donde la enfermería tiene un papel privilegiado. No dejemos que lo reduzcan, pues la humanidad no podrá nunca ser sustituida por un robot.
“Puede que los seres humanos se hayan reciclado en artículos de consumo, pero los bienes de consumo no pueden convertirse en humanos. No en las clases de seres humanos que inspiran nuestra desesperada búsqueda de raíces, parentesco, amistad y amor. Como observa Charles Handy estas comunidades virtuales pueden resultar divertidas, pero se limitan a crear una ilusión de intimidad y un simulacro de comunidad. Son un pobre sustituto de meter las rodillas debajo de una mesa, ver la cara de la gente y mantener una auténtica conversación” (Bauman, Z. 2005: p. 166/167).
La dura realidad vivida en nuestros centros sanitarios a causa de la epidemia global del Coronavirus ha exigido a enfermeras y enfermeros enfrentarse a situaciones de una dureza extrema, y en ellas poco espacio, ni tiempo, queda para exigir un plus de humanidad a unos sanitarios ya de por sí extenuados y sin fuerzas. Aun así, y me consta, estas mujeres y hombres, como las promociones salidas de la Escuela de Enfermería de Vitoria-Gasteiz, lo han dado todo a unos pacientes atemorizados, en soledad o en los momentos de la despedida y es que han sabido adaptarse a una situación ciertamente excepcional y en ella a las diferentes realidades de los pacientes, sin generar diferenciaciones entre ellos. Amigos/as, profesionales de la enfermería, respetemos la diferencia y observemos en ella un bien preciado, pero evitemos utilizar ciertas prácticas, seamos activos contra ellas, si resultan generadoras de desigualdad. Ahí está la clave.
Jesús Prieto Mendaza
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