Tal y como expuso Bauman, vivimos en una modernidad líquida: una sociedad en la que los vínculos son cada vez más frágiles y fugaces, donde los proyectos individuales se rompen y se recomponen constantemente y los logros no se estabilizan en un bienestar duradero. Vamos a una velocidad tan tremenda que quizás puede que ya estemos en una sociedad gaseosa.
En este contexto, existe una falta de civismo evidente. La ciudadanía ejerce su condición en una malla social sin compromisos a largo plazo y sin responsabilidades con el otro.
Las personas que disfrutan de una vida buena y de todas las comodidades, viven en una especie de burbuja, desconectadas del sufrimiento y de los problemas del mundo, incluso de los que acontecen en su entorno más próximo.
Se promueven “lazos de carnaval” que hacen que las personas se sientan superficialmente seguras mientras forman parte de la fiesta, pero terriblemente inseguras cuando ésta concluye, con una incertidumbre total cuando tienen que afrontar cuestiones trascendentes en sus vidas y topan con dificultades estructurales.
“Por otro lado, el mundo moderno ha logrado producir comodidad, pero no felicidad en su sentido profundo, esto es, significado y propósito. Un sentido que solamente puede encontrarse siendo en común con otros. Y es que los seres humanos necesitamos vivir colectivamente. Hay una inteligencia que emerge de la interacción y se desarrolla en el contexto social, que crea cultura, inventa costumbres e incide en el modo de sentir y de actuar de las personas. Ese capital social de la comunidad tiene un enorme potencial para mejorar nuestra sociedad a través de la cooperación, la compasión y el altruismo” (José Antonio Marina).
Por eso, dentro de los avatares de esta modernidad líquida, es necesario buscar un proyecto comunitario que garantice coherencia y consistencia de largo aliento para las personas, frente a los vínculos efímeros. Ser en común supone compartir unos valores y estar al servicio del bien común. La libertad implica, además de hacer lo que uno quiere, formar parte de algo mayor que uno mismo, asumir compromisos éticos y solidarios, que contribuyan a construir una comunidad en la que todas las personas puedan participar por igual de un bienestar logrado conjuntamente.
En este contexto, construir y cuidar “la cosa pública” nos atañe a todas las personas en nuestra condición de ciudadanía. A su vez, la manera en la que se desarrolla el ejercicio de la política y el funcionamiento de los medios de comunicación resultan especialmente relevantes e inciden de forma significativa en la configuración de ese espacio público común. Los periodicos, televisiones, radios y medios digitales, y por lo tanto los/as periodistas, no son espectadores cualquiera, y, desde una ética profesional, pero también ciudadana, debieran participar de un periodismo menos partidario y más integrador, un periodismo de soluciones.
De eso hablaremos el día 5 en Elkal Liburudenda. ¿Te apuntas?
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