Mi último artículo en el Diario diarionorte.es.
Se que es un asunto polémico, por ello, desde el respeto y con sumo cuidado al manipular material notablemente sensible - cual es el sentimiento de unión emocional de un padre/madre hacia su hijo - deseo aportar mi visión sobre este tema. Una visión en la que, además del tema de la humanización del cumplimiento de penas por parte de los victimarios, no puedo excluir a quienes son , siempre y en todos los casos de vulneración de DDHH, quienes han sufrido más duramente la acción ilegítima de la violencia terrorista: las víctimas.
Ni
héroes ni gudaris
Bob Dylan afirmaba que
un héroe es alguien que asume la responsabilidad que viene con su libertad. Bien,
he pensado en ello a raíz de los recientes homenajes ofrecidos a los presos de
ETA que han sido excarcelados, casos de Xabier Ugarte y J. Javier Zabaleta
“Baldo”. Tanto en Oñati como en Hernani se ha recreado un ritual, con sus
sacerdotes, sus oficiantes, su templo y su liturgia, que, a pesar de los
intentos de maquillarlo, no puede presentarse a la sociedad vasca como una
manifestación de alegría por la recuperación de la libertad de unos ciudadanos.
Este intento de manipulación del lenguaje por parte del universo ideológico que
ha sustentado durante décadas la sangre y el terror debiera de estar ya
definitivamente superado por una fuerza política que se sienta en las
instituciones y que publicita constantemente (en algunos casos y lugares con
gestos que necesariamente debo aplaudir) su deseo de paz, democracia y
reconciliación. Al respecto, me han resultado decepcionantes las declaraciones
de la parlamentaria navarra de Bildu Bakartxo Ruiz aludiendo a la necesidad de
“dar un sentido de normalidad a estos recibimientos”. Tampoco ha aprovechado la
oportunidad Joseba Azkarraga, como representante de SARE, pues sin negar la
radical validez de su trabajo a favor de un trato humanitario para los
encarcelados, se enfanga al perseverar en la legitimación de los recibimientos
en olor de multitudes. Cuando dice que “"los recibimientos no son
homenajes, son recibimientos sobre todo de personas que han cumplido décadas de
prisión en circunstancias francamente mejorables" está obviando la
terrible conducta de los victimarios y, lo que es peor, las horribles
consecuencias de esos actos manifestadas en cientos de asesinados, numerosos
exiliados, miles de mutilados y legiones de viudas y huérfanos que se duelen
por dentro (eso que llamamos doble victimación) cuando observan la imagen de
dos localidades vascas que ofrecen su calor y su alegría a quienes tanto frio y
tanta tristeza causaron.
Han sido mucho más
claros el Gobierno Vasco, las instituciones forales, el resto de fuerzas
políticas, las asociaciones de víctimas, la prensa y organizaciones como el Foro
Social, que, a pesar de ciertas “equidistancias” que me enervan, ha dicho alto
y claro que “recomendamos que estos ongi etorriak se desarrollen en espacios
cerrados y que debe haber un compromiso decidido de la persona ex-presa para
contribuir en su comunidad a la construcción de la convivencia democrática y de
un futuro basado en una cultura de paz y de derechos humanos”. Recupero este
punto pues resulta de una radical importancia. Un exrecluso por graves delitos
de terrorismo no puede contribuir a la convivencia democrática, a la
cicatrización social, a la sanación definitiva de una sociedad todavía
dolorosamente transversalizada por la realidad presente de las victimas si se
reincorpora a ella orgulloso de su pasado criminal. Se vista como se vista, una
manifestación popular de bienvenida a un victimario es una deliberada
ocultación del dolor de sus victimas y, por lo tanto, una manifestación, no explicita,
pero cruel, de legitimación de su victimación. Nos recordaba Abraham Lincoln
que quienes niegan la libertad a otros no la merecen para ellos. Cierto, y comparto
con el profesor Reyes Mate, que el expreso que desea ser aceptado de nuevo en
el seno de la sociedad ha de rehumanizarse, ha de renunciar a la
deshumanización sufrida como perpetrador, y esta acción rehumanizadora exige
grandes dosis de piedad, esa piedad positiva que demandan las víctimas del
terrorismo.
Decía Aristóteles que tan sólo
aquel que consigue superar sus miedos será completamente libre. Pues bien,
parece que alguien tiene pánico a superar esos miedos que resultan
atenazadores. Miedo a reconocer el daño causado, miedo a reconocer que quienes les
ofrecen las Herriko Tabernas son los mismos que les han mantenido presos
durante décadas pudriéndose en una celda, miedo a reconocer que matar a un
semejante con un tiro en la nuca no es la acción loable de un gudari; miedo a
reconocer que la fantasía de un país independiente y paradisiaco a la albanesa
fue una pesadilla demencial; miedo a reconocer en estos hijos, familiares o
vecinos que vuelven los rasgos letales del mal; miedo a mirar a las víctimas y pedir su perdón;
miedo, en definitiva, a renegar del infierno pretérito, condición sine qua non
para conseguir el cielo de la redención futura. No, no son héroes ni gudaris.
Esas virtudes fueron reservadas durante décadas a las víctimas, los
resistentes, a la ciudadanía vasca movilizada por la paz, a aquellos hombres y
mujeres que se opusieron al terror y a sus justificaciones. ¡Ellos y ellas sí
fueron auténticos héroes!
Jesús Prieto Mendaza
antropólogo y profesor
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