Ha llegado la navidad, una fiesta entrañable que yo personalmente disfruto, ¿por qué no? No obstante, ¿ha de ser la Navidad una fiesta del consumo? Creo que no. No seré yo quien diga que hemos de negarnos a tener un detalle con la familia y seres queridos, no seré yo quien se niege a compartir unos vinos con la cuadrilla, no seré yo quien no ponga algo especial en la cena de nochebuena. Toda fiesta necesita su ritual y todo ritual su puesta en escena; además los comerciantes, hosteleros, trabajadores y trabajadoras de numerosos sectores también tienen derecho a vivir y a hacerlo de forma digna, por lo tanto no deseo hacer demagogia barata, tan de moda ultimamente. Pero, sí creo que puede ser conveniente realizar una reflexión profunda sobre el consumismo conpulsivo que parece generalizarse durante estas fiestas. El espíritu cristiano que dió origen a esta fiesta, en origen pagana, de solsticio de invierno, no es sino una apología de la sencillez y de la solidaridad. La pobreza de la familia de Jesucristo, su nacimiento en un humilde portal, resultan incompatibles con el lujo y las luces excesivas con las que nuestra sociedad desea ocultar la profunda pobreza y exclusión que anida en sectores, cada vez más amplios, de nuestra sociedad. Este cuento de Italo Calvino, que me regala mi estimado compañero Miguel Loza, puede ayudarnos a reflexionar sobre ello. Si así lo hacéis me daré por satisfecho amigos/as.
Para leer el cuento clicar en la imagen
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