Acostumbra a decirme un compañero de
trabajo que intento llevarme bien con todo el mundo y que a fuerza de
considerar a todos como amigos, llegaré a quedarme sin ninguno. Puede que tenga
razón, pero por mi edad, mi falta de filiación partidista y teniendo en cuenta que nada soy y a nada
aspiro, puedo permitirme ciertas licencias, con las que no se atreven quienes
dependen del poder y tanto miedo tienen a perder puestos, contactos o
prebendas. Vamos, que parafraseando a uno de los pocos librepensadores que
quedan en esta ciudad, mi querido Ernesto Santaolalla, podría decir aquello de:
¡Para lo que me queda en el convento, me cago dentro! ¡Vamos a ello!
Lo acontecido el sábado en el
Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz tiene múltiples lecturas y no todas me resultan
positivas. El discurso del ya ex-alcalde de nuestra ciudad, Javier Maroto
Aranzabal, me pareció un exceso condenable desde el principio; tanto es así que
lo denuncié en estas mismas páginas en un artículo titulado “El peligroso
discurso de la generalización” (18-7-2014). Ya entonces pedí una rectificación
al alcalde, que no llegó, y anuncié para el Partido Popular, a pesar del
posible éxito electoral, un futuro lleno de dificultades a largo plazo. No
siento especial placer al observar que mi tesis, como ha quedado demostrado, era acertada.
Por trayectoria profesional y por
compromiso personal, abracé las iniciativas de la Plataforma Gora Gasteiz desde
su inicio. Siempre se me dijo que el único objetivo de la misma era luchar por
la pluralidad y la diversidad de nuestra ciudad, denunciando así mismo el
discurso xenófobo que entre la ciudadanía se estaba extendiendo peligrosamente.
Me encontraba cómodo entre tantos amigos y colegas de distintas asociaciones y
grupos con los que colaboraba activamente. Siendo eso cierto, observaba con
preocupación algunos compañeros de viaje que me acompañaron en aquella
manifestación festiva del día 18 de mayo. La presencia de caras conocidas de un
universo ideológico que nunca ha creído en la diversidad y pluralidad de la
sociedad vasca, combatiéndola hasta la exterminación física del diferente, me
hizo sentirme incómodo. Durante décadas he asistido a la fagocitación, por
parte del mundo autodenominado abertzale de todo movimiento social surgido en
este país, y en ese momento tuve la impresión de que se pretendía hacer lo
mismo con la lucha no racista. Así lo expresé en la columna titulada “Gora
Gasteiz. El triunfo de la unión en la diversidad” (21-4-2915).
Este temor fue cobrando cuerpo cuando
se me pidió apoyos para el conocido ya como “Frente anti-Maroto”. Este paso me
pareció peligroso para Gora Gasteiz, pues se trataba de saltar del discurso
reivindicativo de una “ciudad diversa y llena de colores” al terreno de la
lucha partidista, cuestión esta que no me agradaba a tenor, de nuevo, de las
enormes incoherencias que observaba en los actores de este posible puzzle
político. Actuando en consecuencia y tratado como un traidor por algunos de
estos grupos (¡bonito ejemplo de respeto a la diversidad!), publique el
artículo titulado “Frente anti-Maroto. Entre la legitimidad y la conveniencia”
(5-4-2015).
Los acontecimientos se han precipitado
y los insultos y enfrentamientos ocurridos en la Plaza de España durante el pleno
de investidura de Gorka Urtaran no han ayudado a minimizar mis temores, al
contrario los han agudizado. Quienes gritaban en los soportales
de nuestro excelentísimo Ayuntamiento eran personas con consignas más propias del cruel
pasado de ese sector ideológico
(profundamente etnocentrista y totalitario) al que he aludido, y que utilizando
las palabras de Henry Levy podríamos definir como fascismo vasco, o de los
hinchas radicales de uno de nuestros equipos de fútbol. Si es así, triste final
para ese objetivo que pretendía hacer apología de la tolerancia. La imagen de Peio López de Munain, visiblemente afectado, bien
podría resumir todo lo acontecido en esta polémica investidura. Si bien yo he participado
en esa plataforma ciudadana convencido de que mi aportación contribuía a
combatir la crispación instalada en la ciudad, tengo la sensación de haber
logrado el efecto contrario. Sinceramente, después de lo ocurrido el sábado ya
no sé qué pensar, ya no sé junto a quien
caminar, ya no sé qué causa abrazar. Me siento utilizado y manipulado. Visto lo conseguido, bien se podría exclamar
aquello de: La crispación ha muerto. ¡Larga vida a la crispación!
Tengo in mente la recomendación inicial
de mi compañero de trabajo, aun así finalizo con una famosa frase de Martin
Luther King. “La cobardía hace la
pregunta: ¿es seguro? La conveniencia hace la pregunta ¿es popular? Pero la
conciencia hace la pregunta: ¿es correcto? Y llega el momento en que uno debe
tomar una posición que no es segura, ni política, ni popular. Pero uno debe
tomarla porque es la correcta”.
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