"La soledad. Riqueza o drama para un ser social: el ser humano"
Benetan pozgarria izan zela Agurainen emandako sesioa! Udaleko Jubilatuen Zentroa gainezka egon zen gai honi buruzko hausnarketa egiteko eta irtenbideak apuntatzeko aurrera eraman genuen saioa.
De verdad os digo que estuve muy contento entre tanto asistente maduro, y madura, en el Centro de Jubilados de Salvatierra. Un salón lleno de personas interesadas en reflexionar sobre la soledad en las personas mayores y tambien, por qué no, en apuntar posibles soluciones contra la soledad negativa o patológica. Una estupenda iniciativa del Ayuntamiento de la localidad, Cáritas y parroquia de Salvatierra.
Si nos fijamos en el famoso lienzo del magnífico
pintor norteamericano Edgard Hopper (para muchos expertos el artista que mejor
capto la soledad) podríamos realizar sin duda una primera aproximación del
concepto de soledad. La mirada de esa joven, la interpretación que de ella
podamos hacer los interroga. ¿Está contenta con su situación, o por el
contrario la vive con la angustia que definieran tanto Sigmund Freud como Carl
Jung? ¿Es
una gran ciudad, llena de gente, un lugar necesariamente más adecuado para
encontrar compañía? ¿Nuestra actual sociedad favorece las actitudes
comunitarias o el individualismo más atroz?
Debemos
plantearnos, de inicio, la existencia de varias categorías diferenciadas de
soledad. Desde la antropología, la sociología, la psicología y la psiquiatría
se ha investigado ampliamente al respecto. Existe una soledad individual y otra
social, hay evidentemente soledades que nos enriquecen espiritualmente y otras
que son impuestas, existe una soledad que se utiliza como pena o castigo y
también la que se nos impone como un tratamiento, podríamos referirnos a la
soledad accidental o a la deseada, a la soledad fruto de una pérdida dolorosa
pero también a la que surge como una liberación. Aceptando lo relativo del
término y teniendo en cuenta las distintas percepciones de la soledad que
tenemos los humanos a lo largo de la vida, y en las que la edad presenta
momentos diferenciadores pero a la vez similitudes (adolescencia, madurez,
ancianidad…), yo, por reducir, definiría dos tipos de fundamentales de soledad:
La soledad positiva y la soledad negativa.
Cuando me refiero a la primera, estoy
subrayando aspectos positivos y necesarios de la soledad; todos necesitamos
momentos de introspección, de reflexión, de huida del grupo y búsqueda de esa
soledad reparadora. El famoso psicólogo psicoanalista, Carl Gustav Jung
reconoció la importancia de esos momentos de reclusión voluntaria, introversión
prefería denominarla él, en su vida. El monje, el cartujo, el músico, el
creador, el artista, el médico, el labrador (y en general todos nosotros)
necesitan de momentos de reclusión, de aislamiento, de encuentro consigo mismo
para que afloren las ideas, para que acuda la musa, para crear una obra de
arte, para observar los nuevos brotes del trigo que surge de la tierra. Es la
soledad personal, voluntaria, deseada, que no importa prolongar un poco más
pues nos repara y conforta.
Cuando esa posibilidad de relación nos
falta es cuando nos encontramos con la segunda posibilidad de las antes
mencionadas: la soledad negativa. Es esta una soledad no deseada, impuesta, un aislamiento
que se convierte para el hombre en soledad dolosa. La soledad del hombre
abandonado por sus amigos, del preso, del enfermo infeccioso, del amante sin
amada, del que sufre una pérdida dolorosa…la soledad que no ayuda, sino que
trastorna, y que se desea superar cuanto antes.
Aunque
en todas las etapas de la vida la soledad puede manifestarse en sus dos
vertientes y a pesar de que en todas ellas puede resultar positiva o dolorosa.
Si es cierto que la madurez puede predisponernos o hacernos más vulnerables a
las consecuencias negativas del segundo supuesto de soledad. Cuando los mayores
construyen su vida desde la actividad, desde la cooperación, desde lo positivo,
tienen muchas más posibilidades de encontrar relaciones y por lo tanto de
minimizar los efectos de la soledad. Pero, por otra parte, como nos aclara la
psicogerontología, en esta etapa de la vida los humanos nos encontramos ante
muchas más ocasiones en las que la pérdida se presenta habitualmente. La
pérdida de vigor físico, la pérdida de memoria, la pérdida de vista, la pérdida
de seres queridos, la pérdida de referentes sociales… estas pérdidas, nos hacen
construir procesos de duelo y en ocasiones ese duelo no cerrado nos puede arrojar
en manos de la depresión y la soledad.
Cuando nuestros recursos individuales se ven mermados, cuando más
necesarios son los apoyos colectivos, estos se hacen menos accesibles para
nosotros. Los hijos se van a trabajar lejos, nuestra pareja enferma, los amigos
fallecen, los vecinos van a vivir con los hijos y dejan la vecindad, el tendero
de toda la vida se jubila, el médico de familia es destinado a otro centro de
salud y el párroco se traslada a desarrollar su labor pastoral a otro pueblo. Nos
quedamos solos. ¿Qué podemos hacer?
Autonomía,
individualismo, independencia, libertad sin trabas… son los slogans que
deleitan a la humanidad del tercer milenio. Se presentan como conquistas que
asegurarán a quien los posean la felicidad y la dicha. Espoleado por estos
acicates el hombre ha creado una sociedad de multitudes, pero en la que,
curiosamente, se siente solo. Esa sociedad en la que como dice Marc Augé, el
ciudadano se siente en la mayor de las soledades rodeado de millones de
personas en una gran urbe. Al final, es la soledad el botín real que se ha
conquistado después de romper lazos (independencia), de elegir antes mi interés
que el ajeno (individualismo), de ser yo mi propia norma (autonomía). Cuando el
“yo” se agiganta, el corazón se vacía de “otros”, y si no hay otros, por
rodeado que esté de gente, el ser humano estará solo. No puedo ser un buen ciudadano si no
cuido de mis ciudadanos más próximos y entre ellos, a mis mayores. Es
pues ese amor al prójimo, no prostituido por la sociedad del consumo y del
hedonismo (esa sociedad líquida que cita Z. Bauman), un antídoto contra la soledad, a la mano de
todos, natural como la vida misma, para evitar así la peor de las pobrezas, la
soledad. El amor, parafraseando a un autor cuyo nombre no recuerdo, es gratuito,
funciona siempre, no crea adicción y mejora enormemente la calidad de la vida
de quienes lo reciben como un don y, atentos todos a esto, de quien lo otorga.
Sería tan sólo necesario combinar lo positivo de una sociedad basada en
derechos individuales, que yo aplaudo, con la recuperación de lo comunitario en
un plano de solidaridad. Este momento de crisis económica, se nos brinda como
una oportunidad para ello. En lugar de
individualismo poner solidaridad; sustituir la autonomía por la donación desinteresada
(aquí el voluntariado tiene mucho que aportar), y orientar la libertad al
servicio de bien del otro. Si la soledad es el sentimiento que surge cuando se
constata que no soy nada, no soy relevante para nadie, creo que un antídoto
eficaz contra ella será la experiencia de importar a otro, y de importarle
mucho. En una palabra, la soledad muere cuando nace el amor. Nada llena más el
corazón del ser humano que descubrir que por nosotros otra persona, vive, piensa,
trabaja, ofrece, recibe… Nuestra existencia, así, se llena de sentido y, lo que
es más importante, de ganas de vivir.
Ese
es, precisamente, el sentido de vivir para y en los demás. Ese es el verdadero
sentido de ser partícipe de una comunidad.
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