Vlado Gotovac (escritor yugoslavo...es decir con sentimientos identitarios múltiples)


"NUNCA HE COMPRENDIDO A QUIENES DESEARÍAN QUE EL ARCO IRIS FUERA DE UN SÓLO COLOR. ÚNICAMENTE SU VARIADA GAMA CROMÁTICA LO HACE HERMOSO. ASÍ, TAN SÓLO DIVERSAS ETNIAS Y GRUPOS HUMANOS PUEDEN ENCERRAR TODA LA BELLEZA DEL MUNDO".
Vlado Gotovac. Escritor yugoslavo (...portador de identidades múltiples, no excluyentes, radicalmente opuesto a la limpieza étnica que configuró los actuales estados mono-étnicos en los Balcanes)

lunes, 30 de abril de 2018

Formación en Agurain-Salvatierra: La soledad en los mayores


 "La soledad. Riqueza o drama para un ser social: el ser humano"
Benetan pozgarria izan zela Agurainen emandako sesioa! Udaleko Jubilatuen Zentroa gainezka egon zen gai honi buruzko hausnarketa egiteko eta irtenbideak apuntatzeko aurrera eraman genuen saioa.
De verdad os digo que estuve muy contento entre tanto asistente maduro, y madura, en el Centro de Jubilados de Salvatierra. Un salón lleno de personas interesadas en reflexionar sobre la soledad en las personas mayores y tambien, por qué no, en apuntar posibles soluciones contra la soledad negativa o patológica. Una estupenda iniciativa del Ayuntamiento de la localidad, Cáritas y parroquia de Salvatierra. 
 Si nos fijamos en el famoso lienzo del magnífico pintor norteamericano Edgard Hopper (para muchos expertos el artista que mejor capto la soledad) podríamos realizar sin duda una primera aproximación del concepto de soledad. La mirada de esa joven, la interpretación que de ella podamos hacer los interroga. ¿Está contenta con su situación, o por el contrario la vive con la angustia que definieran tanto Sigmund Freud como Carl Jung? ¿Es una gran ciudad, llena de gente, un lugar necesariamente más adecuado para encontrar compañía? ¿Nuestra actual sociedad favorece las actitudes comunitarias o el individualismo más atroz?

Debemos plantearnos, de inicio, la existencia de varias categorías diferenciadas de soledad. Desde la antropología, la sociología, la psicología y la psiquiatría se ha investigado ampliamente al respecto. Existe una soledad individual y otra social, hay evidentemente soledades que nos enriquecen espiritualmente y otras que son impuestas, existe una soledad que se utiliza como pena o castigo y también la que se nos impone como un tratamiento, podríamos referirnos a la soledad accidental o a la deseada, a la soledad fruto de una pérdida dolorosa pero también a la que surge como una liberación. Aceptando lo relativo del término y teniendo en cuenta las distintas percepciones de la soledad que tenemos los humanos a lo largo de la vida, y en las que la edad presenta momentos diferenciadores pero a la vez similitudes (adolescencia, madurez, ancianidad…), yo, por reducir, definiría dos tipos de fundamentales de soledad: La soledad positiva y la soledad negativa.

Cuando me refiero a la primera, estoy subrayando aspectos positivos y necesarios de la soledad; todos necesitamos momentos de introspección, de reflexión, de huida del grupo y búsqueda de esa soledad reparadora. El famoso psicólogo psicoanalista, Carl Gustav Jung reconoció la importancia de esos momentos de reclusión voluntaria, introversión prefería denominarla él, en su vida. El monje, el cartujo, el músico, el creador, el artista, el médico, el labrador (y en general todos nosotros) necesitan de momentos de reclusión, de aislamiento, de encuentro consigo mismo para que afloren las ideas, para que acuda la musa, para crear una obra de arte, para observar los nuevos brotes del trigo que surge de la tierra. Es la soledad personal, voluntaria, deseada, que no importa prolongar un poco más pues nos repara y conforta.
Cuando esa posibilidad de relación nos falta es cuando nos encontramos con la segunda posibilidad de las antes mencionadas: la soledad negativa. Es esta una soledad no deseada, impuesta, un aislamiento que se convierte para el hombre en soledad dolosa. La soledad del hombre abandonado por sus amigos, del preso, del enfermo infeccioso, del amante sin amada, del que sufre una pérdida dolorosa…la soledad que no ayuda, sino que trastorna, y que se desea superar cuanto antes.
       Aunque en todas las etapas de la vida la soledad puede manifestarse en sus dos vertientes y a pesar de que en todas ellas puede resultar positiva o dolorosa. Si es cierto que la madurez puede predisponernos o hacernos más vulnerables a las consecuencias negativas del segundo supuesto de soledad. Cuando los mayores construyen su vida desde la actividad, desde la cooperación, desde lo positivo, tienen muchas más posibilidades de encontrar relaciones y por lo tanto de minimizar los efectos de la soledad. Pero, por otra parte, como nos aclara la psicogerontología, en esta etapa de la vida los humanos nos encontramos ante muchas más ocasiones en las que la pérdida se presenta habitualmente. La pérdida de vigor físico, la pérdida de memoria, la pérdida de vista, la pérdida de seres queridos, la pérdida de referentes sociales… estas pérdidas, nos hacen construir procesos de duelo y en ocasiones ese duelo no cerrado nos puede arrojar en manos de la depresión y la soledad.  Cuando nuestros recursos individuales se ven mermados, cuando más necesarios son los apoyos colectivos, estos se hacen menos accesibles para nosotros. Los hijos se van a trabajar lejos, nuestra pareja enferma, los amigos fallecen, los vecinos van a vivir con los hijos y dejan la vecindad, el tendero de toda la vida se jubila, el médico de familia es destinado a otro centro de salud y el párroco se traslada a desarrollar su labor pastoral a otro pueblo. Nos quedamos solos. ¿Qué podemos hacer?
Autonomía, individualismo, independencia, libertad sin trabas… son los slogans que deleitan a la humanidad del tercer milenio. Se presentan como conquistas que asegurarán a quien los posean la felicidad y la dicha. Espoleado por estos acicates el hombre ha creado una sociedad de multitudes, pero en la que, curiosamente, se siente solo. Esa sociedad en la que como dice Marc Augé, el ciudadano se siente en la mayor de las soledades rodeado de millones de personas en una gran urbe. Al final, es la soledad el botín real que se ha conquistado después de romper lazos (independencia), de elegir antes mi interés que el ajeno (individualismo), de ser yo mi propia norma (autonomía). Cuando el “yo” se agiganta, el corazón se vacía de “otros”, y si no hay otros, por rodeado que esté de gente, el ser humano estará solo. No puedo ser un buen ciudadano si no cuido de mis ciudadanos más próximos y entre ellos, a mis mayores. Es pues ese amor al prójimo, no prostituido por la sociedad del consumo y del hedonismo (esa sociedad líquida que cita Z. Bauman),  un antídoto contra la soledad, a la mano de todos, natural como la vida misma, para evitar así la peor de las pobrezas, la soledad. El amor, parafraseando a un autor cuyo nombre no recuerdo, es gratuito, funciona siempre, no crea adicción y mejora enormemente la calidad de la vida de quienes lo reciben como un don y, atentos todos a esto, de quien lo otorga. Sería tan sólo necesario combinar lo positivo de una sociedad basada en derechos individuales, que yo aplaudo, con la recuperación de lo comunitario en un plano de solidaridad. Este momento de crisis económica, se nos brinda como una oportunidad para ello.  En lugar de individualismo poner solidaridad; sustituir la autonomía por la donación desinteresada (aquí el voluntariado tiene mucho que aportar), y orientar la libertad al servicio de bien del otro. Si la soledad es el sentimiento que surge cuando se constata que no soy nada, no soy relevante para nadie, creo que un antídoto eficaz contra ella será la experiencia de importar a otro, y de importarle mucho. En una palabra, la soledad muere cuando nace el amor. Nada llena más el corazón del ser humano que descubrir que por nosotros otra persona, vive, piensa, trabaja, ofrece, recibe… Nuestra existencia, así, se llena de sentido y, lo que es más importante, de ganas de vivir.
Ese es, precisamente, el sentido de vivir para y en los demás. Ese es el verdadero sentido de ser partícipe de una comunidad.




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